El campo magnético de nuestro planeta actúa como un escudo protector que nos defiende de las partículas solares. Es excepcionalmente bueno (sobre todo, comparado con el de planetas como Marte), pero el terrícola también tiene sus ‘detalles’. Por ejemplo, la Anomalía del Atlántico Sur (SAA, por sus siglas en inglés), una zona de la atmósfera en que el campo es más débil y las partículas llegan más cerca de la superficie.
Aunque no es una novedad, ni causa problemas en la vida cotidiana, lo cierto es que la anomalía magnética que se extiende por buena parte de Sudamérica y el Atlántico adyacente puede ocasionar daños en los equipos de los satélites que la atraviesan y eso ha hecho que la NASA lance un programa especial para estudiarla en detalle. Sobre todo, porque hay cosas que están cambiando.
Cambios en la anomalía

Según estudios recientes, disponemos de observaciones y pronósticos recientes que muestran que la región se está expandiendo hacia el oeste y, por si fuera poco, el campo magnético en la zona continúa debilitándose en intensidad. Es más, los datos indican que la SAA está dividiéndose en dos; es decir, está surgiendo un valle dentro de la anomalía que la podría acabar por dividir en dos zonas distintas (haciendo mucho más complejos los ajustes de las misiones espaciales).
Más allá de los problemas logísticos para la industria espacial, investigar la anomalía nos permite investigar las entrañas geológicas de la Tierra que es donde nace el fenómeno. A ello se dedica, por ejemplo, la misión Swarm de la Agencia Espacial Europea (ESA) y su constelación de satélites. No obstante, aún queda mucho (casi todo) por saber sobre la anomalía y lo que nos dice sobre el futuro del campo magnético. Es buena noticia que se redoblen los esfuerzos por investigarlo.